Detrás del dogmatismo[1] existe un ansia de liberación individual.
Detrás del dogmatismo hay liberación de la búsqueda por la verdad. La verdad ya fue revelada y está contenida en libros antiguos, históricos, políticos, o religiosos. Los portavoces autorizados ya son conocidos. Nosotros solo debemos repetir esa verdad de manera fiel a como ya fue enunciada. Nunca experimentar con algo nuevo que se aparte del dogma.
Detrás del dogmatismo hay liberación del miedo a un futuro incierto. El dogma explica los hechos del pasado, pero también anticipa los que vendrán en el futuro. El dogma ofrece una certeza que brinda paz a la persona insegura ante el porvenir. El desamparo del desarraigo se alivia.
Detrás del dogmatismo hay liberación de la responsabilidad por los resultados. Si de la aplicación de la verdad resultase algún efecto negativo inesperado, los seguidores no tienen culpa, ni explicación alguna que rendir. Ellos no crearon nada, solo son continuadores de algo. Lo que debe cuestionarse no es la validez de la verdad, ni la propia decisión por adherir a ella, sino que únicamente realizar un mejor análisis de la aplicación exitosa que el dogma tuvo en el pasado, y en que su resultado sí correspondió con el deseado.
Detrás del dogmatismo hay liberación de la valoración crítica de las personas. En el dogma, las personas no están autorizadas a cambiar, ni mejorando ni empeorando. En el dogma, existe una categoría de personas que siempre será buena, justa, y que por tanto, merecerá nuestra simpatía. El adherente del dogma tampoco elige a sus enemigos, porque éstos ya fueron definidos, y solo debe reutilizar los nombres que tiempo atrás fueron acusados en el origen mismo del dogma. Los hechos históricos favorables o negativos son recordados, pero además devienen en modelos explicativos de los eventos futuros, y de la valoración de los seres humanos.
Detrás del dogmatismo hay liberación de sentimientos extremos. En el dogma existe un explícito amor hacia lo ideal y abstracto, y un tácito odio hacia lo natural y real. Lo ideal y abstracto se considera eterno, inmutable, e inmortal, y por tanto, es perfecto e infalible. Lo natural y real tiene origen, es mutable, y también mortal. A la luz del dogma, el segundo necesita ser corregido para que se parezca al primero.
Detrás del dogmatismo hay una liberación de la priorización moral. Esto entrega un incentivo a la permanencia y ofrece una forma de realización individual, ya que consiste en un reconocimiento social concedido por los demás adherentes al dogma. Ese reconocimiento consiste en la consecuencia. No importa realmente el resultado que esto tenga en el presente, ya que para ganar este reconocimiento basta con encarnar las conductas ideales y abstractas que, independientes del contexto, siempre serán buenas a la luz del dogma. A su vez, esto va aparejado por una necesidad de identificar y denunciar a los “inconsecuentes”, o sea, todos aquellos que actúen apartándose del dogma. Apuntar en otros la inconsecuencia previene que alguien la identifique en el actuar propio.
Sin embargo, la Vida no condiciona su devenir según dogmas, sino que únicamente busca perpetuarse. Lo mismo ocurre con los pueblos y las personas, entidades vivas, cuya única pulsión es adaptarse exitosamente a sus entornos, y sobrevivir. Alguien comprometido con la Vida de su pueblo será siempre un potencial traidor a los dogmas, ya que habitando lo primero en el plano de lo real, y los segundos en el de lo abstracto, una hipotética pugna entre ambos sería fácilmente resuelta en beneficio de lo primero.
En su ansia por alcanzar la liberación individual de que se habló, el dogmático demuestra pereza intelectual y moral para ofrecer respuestas propias, terror a diferenciar él mismo entre pares y enemigos, desagrado hacia la responsabilidad por el propio fracaso, y angustia hacia un presente y futuro incomprensibles. La realidad le estorba. Su incomodidad en la realidad lo conduce a refugiarse muy lejos de ella, en una abstracción, en la cual recibirá una fácil aprobación de sus pares dogmáticos al ejecutar conductas y emitir discursos que sean acordes con el dogma.
Por tanto, el ansia de liberación individual tiene un alto precio. Y es que detrás del dogmatismo existe la defensa de una idea, pero también una hostilidad hacia todo lo demás.
La recta lealtad hacia un dogma implica siempre una guerra contra toda la realidad.
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[1] Dogmatismo Del lat. tardío dogmatismus ‘enseñanza de la fe cristiana’, y este del gr. dogmatismós ‘principio doctrinal’.
1. m. Presunción de quienes quieren que su doctrina o sus aseveraciones sean tenidas por verdades inconcusas.
2. m. Conjunto de las proposiciones que se tienen por principios innegables en una ciencia.
3. m. Conjunto de todo lo que es dogmático en religión.
4. m. Fil. Concepción filosófica opuesta al escepticismo, la cual considera la razón humana capaz del conocimiento de verdades absolutas.