En algunos de los comentarios a un anterior artículo mío (“Personalidad, Comunidad y Jefatura”) pueden descubrirse dos cosas. La primera, es que Europa todavía tiene hombres como los que alguna vez dio, de modo que no todo está perdido. La segunda, es que esos hombres sumidos en la amargura de asistir con impotencia a nuestra decadencia, leen con gran interés y afecto los textos que desde El Manifiesto señalan esa decadencia, pero a su vez están algo cansados de informarse sobre la enfermedad sin aplicar ningún remedio, ninguna curación efectiva para ella.
Sabemos, sin embargo, que un buen diagnóstico y una profunda toma de conciencia son fundamentales para empezar a actuar. Y no hablo tan sólo del diagnóstico sobre “cómo están las cosas”, el cual obtendrá inevitablemente la respuesta de que están mal, peor o pésimas, sino de un diagnóstico “hacia adentro” de nosotros mismos, y de todos aquellos que en un infinito fraccionamiento interno pretenden convertirse en representantes del campo propio, en defensores de Occidente, de España, de Europa.
Debo decir —y aunque hablo solamente por mí mismo— seguramente habrá otros que aquí escriben en la misma situación, que nadie es un “teórico” solamente. Primero, porque es mentira que la teoría no tenga que ver con la realidad. Si así fuera, Gramsci no se hubiera preocupado tanto por cambiar las pautas culturales de la población. Eso que se llama pensamiento no es algo abstracto, sino la premisa para una forma de actuar y aún para tomar la decisión de actuar. Espíritu, acción y pensamiento deben estar en línea para determinar a un hombre a hacer ciertas cosas.
Segundo, porque supongo que todos nosotros, quien más quien menos, hemos “hecho” algo que no sea escribir; hemos formado parte de agrupaciones políticas, de movimientos, de partidos, de algún tipo de organización, o hemos estado relacionados con alguna. No nacimos dentro de un ordenador, sobre todo los que contamos con algunos años, y espero que los más jóvenes tampoco.
Ahora bien, habrá que determinar en estas circunstancias qué es hacer algo, y qué es lo que se puede hacer. Sabemos que nuestro terreno político cultural es un páramo, porque muchos micro grupos de muchos micro líderes no conforman más que un páramo. Sabemos —al menos yo lo sé— que no queremos repetir la experiencia de convertirnos en el numerillo intrascendente de un partido, ni en el adulador de un pequeño dirigente que, por lo general, es algo así como una caricatura.
Nos cansan —o al menos a mí me tienen cansado— las acusaciones que se hacen rápidamente unos a otros, ante una mínima toma de posición frente a la realidad, licuando así todo atisbo de construcción de poder. Porque cuando uno no cuenta con poder suficiente ni con iniciativa política, y los otros actores sí, son ellos quienes definen la situación sobre el tablero, en un partido que se desarrolla en torno a ellos y en el que seremos simples peones, según las crueles leyes que rigen la política.
Por arriba —muy por arriba— no tengan dudas que todos hablan con todos para mantener el poder. Entre nosotros, infelizmente, parece que nadie quiere hablar con nadie para construir un poder alternativo. En el campo patriótico, hispánico, europeísta, la prioridad parece ser siempre la destrucción del que está al lado, su descalificación.
Los grandes hombres, las grandes culturas, no se improvisan, y tampoco el freno a nuestra decadencia provendrá de una toma de conciencia inmediata y general. Siempre hay un grupo, una elite, una parte de la raíz que en lo más profundo no se ha secado. A ellos corresponde iniciar la recuperación.
Creo firmemente que entre nosotros también la hay. Algunas personas son capaces de convertir el asco en acero. No son sólo palabras, es también una actitud espiritual y acciones concretas. Y en todo caso, las palabras han transmitido siempre los pensamientos generadores de la acción.
Está muy bien señalar, como señalan algunos, que escribir no alcanza, pero no pueden pedirse soluciones mágicas a los que escribimos en estas páginas, que también sufrimos el asedio del sistema. Nosotros somos iguales a nuestros lectores, o en todo caso tratamos de ser iguales a nuestros mejores lectores. Nada más ni nada menos. Sólo que hemos encontrado afortunadamente un medio apropiado para expresar algunas de las cosas que ellos quieren expresar y que ellos quieren saber.
En realidad no hace falta un número mínimo de personas para resistir. El número es a veces aleatorio, y siempre es pequeño al principio. Falta voluntad.
Lo que traté de expresar en el artículo anterior “Comunidad, personalidad y jefatura” respecto de la devaluación de la personalidad, como nuestro eje de construcción orgánica, no rige sólo para la política. Vemos cómo surgen cada día increíbles intérpretes chinos de Haydn o de Paganini, apropiándose en cierto modo de una música que Europa ya no produce y cada día menos interpreta. Vemos cómo el territorio del Cid es ocupado no ya por ejércitos musulmanes, sino por simples barcazas de negros famélicos. Así, en esa proporción escandalosa y ridícula se disuelve lo que fuimos. Tampoco hace falta una gloriosa jornada de heroísmo que nunca llega, sino constancia.
Pero una elite sirve para algo sólo cuando toma conciencia de sí misma, de su necesidad de ser y de actuar. Y un requisito previo para llegar a esa conciencia y a esa acción es salir en busca de los iguales. Ellos existen, no tengan dudas.
No esperemos la reacción del pueblo europeo. Ya no hay tal “pueblo europeo”, a no ser que pensemos que algunos amorfos que lloran si les rayan su automóvil son europeos.
Cuando los jóvenes musulmanes quemaron los automóviles de París, ante la mirada atónita y bovina del “pueblo europeo”, no se equivocaron de símbolo en su demostración de poder. Eso es Europa hoy, una masa amorfa atada a máquinas de placer. A esa Europa abandonémosla a su suerte, y salgamos a buscar lo que queda en ella de sano, para a su vez fortalecerlo.
Los artículos y los comentarios a los artículos, no son la solución de nada, pero al menos sabemos que estamos aquí, lo cual no es decir poco. Si uno quiere, nunca faltará oportunidad de encontrarse con los iguales, aunque haya que caminar hasta lo más profundo de la noche europea.
Pero, cuidado, antes de salir pensemos una vez más si queremos calzarnos las botas más duras; de lo contrario no valdrá la pena.