Los hechos ocurridos anoche en la Araucanía, donde turbas de personas se volcaron a las calles de varias ciudades a recuperar las municipalidades tomadas por comuneros mapuches, habiendo distintas respuestas, son lamentables en muchos grados y niveles, marcando otro hito más de la pesadilla de la República que se vive hace casi un año.
Según Fukuyama (2018), “el yo interior es la base de la dignidad humana, pero la naturaleza de esa dignidad es variable y ha cambiado con el tiempo. En muchas culturas tempranas, la dignidad se atribuía sólo a unas pocas personas, a menudo guerreros que están dispuestos a arriesgar sus vidas en la batalla. En otras sociedades, la dignidad es un atributo de todos los seres humanos, basado en su valor intrínseco como personas con albedrío. Y en otros casos, la dignidad se debe a la pertenencia a un grupo más grande de memoria y experiencia compartidas”. Quiera o no reconocerse, el pueblo mapuche lleva una lucha por la dignidad durante mucho tiempo, pero esta dignidad es perseguida de distintas maneras según las personas y según los conglomerados. Para algunos se traducirá como el reconocimiento de su condición, para otros como la desadscripción de características negativas y para otros tantos se traducirá en autonomía territorial. Todas estas diferentes maneras de luchar por la dignidad provocan que la cuestión mapuche sea compleja de entender, aún más compleja de abordar y casi imposible de manejar.
La presencia de la diferencia entre grupos humanos es un polvorín inestable y que puede explotar en cualquier momento si se dan condiciones favorables, y un clima de inestabilidad, efervescencia social y rápida y mutable polarización (los que está con A, luego pueden estar con B), combinado con el empleo de las redes sociales aumenta dramáticamente las probabilidades de estallidos de violencia. Parafraseando nuevamente a Fukuyama en su Identity, “autores cyberpunk como Bruce Sterling, William Gibson y Neal Stephenson vieron un futuro dominado no por dictaduras centralizadas, sino por una fragmentación social incontrolada que fue facilitada por una nueva tecnología emergente llamada Internet. La novela de Stephenson de 1992 Snow Crash postulaba un omnipresente «metaverso» virtual en el que los individuos podían adoptar avatares, interactuar y cambiar sus identidades a voluntad.” Así, múltiples llamados atomizados a la recuperación de espacios se vuelven una incontenible bola de nieve, fragmentando al monopolio de la violencia y quitando legitimidad al Estado (si no es capaz de mantener el control, entonces carece de sentido su existencia – a rey muerto, rey puesto).
En la Araucanía se hace visible el fracaso del Estado respecto del manejo de la población, y aún más del manejo de la diversidad. La presencia de la diversidad tarde o temprano trae conflicto, y para el caso de Chile, ha traído conflicto desde siempre. No obstante, este conflicto no se manifiesta en violencia física en todo momento, lo que provoca que el conflicto se acumule en un estado de latencia. La demanda de dignidad existirá irremediablemente donde exista diversidad, y la exigencia de la liberación de los «presos políticos mapuche» por medio de la toma de edificios municipales es un ejemplo de esa demanda de dignidad, y también un ejemplo de la permisividad del Estado respecto de actos que atentan contra la Constitución. La polarización mutable transforma al amigo de hace unos meses en el enemigo de ahora, y las masas de la ciudadanía, renunciando a la virtud para dar paso a la barbarie, terminan lanzándose en la hecatombe de la ausencia de civitas para suplir el rol represor del Estado que abandona sus funciones. La falta de control sobre las pasiones humanas da paso al descontrol de la turba, y éste a la orgía. Pasó en La Bastilla, pasó en la Segunda República Española, pasó en Octubre de 2019 y pasa ahora.
La república ha tratado por mucho tiempo de comprender a la población que habita en el territorio como lo mismo: “todos somos chilenos”. Consigna que luce inocente, pero es dinamita pura de injusticia: bajo esta máxima, a unos se les ha dado un origen que no los representa, y a otros, un estilo de vivir y ver el mundo que les es ajeno. La cuestión mapuche ha sido abordada con distintas soluciones parche. ¿Becas? ¿Devolución de terrenos? ¿Reconocimientos que, en un sentido práctico, no tienen peso alguno? ¿Incorporación a planes productivos? ¿Maquinarias regaladas? En fin, muchas medidas compensatorias con mala planificación que terminan teniendo resultados adversos a los esperados.
La manipulación izquierdista de la información dirá que las masas ultraderechistas, fascistas y racistas se lanzaron contra los “peñis” en una demostración de odio racial, mientras que la manipulación derechista de la información dirá que el pueblo enfrentó al terrorismo marxista en el nombre del orden. Algo curioso es que, para la izquierda, cuando la gente actúa contra lo que defienden, es masa, no pueblo, y para la derecha, cuando la gente actúa a favor de lo que defienden, es pueblo, no masa. Si se revisan los acontecimientos de Octubre 2019, podrá notarse que en ese momento la izquierda aplaudía al ‘pueblo’ mientras que la derecha repudiaba a la ‘masa’, y ahora la izquierda repudia a la ‘masa’ mientras que la derecha aplaude al ‘pueblo’, siendo que finalmente ambos casos son manifestaciones de la turba. En ambos casos hay oclocracia, pues son las multitudes sin autogobierno las que toman el control, y no hay gran diferencia con el estado anímico de los que asaltaron La Bastilla en 1789. El pueblo no es pueblo sino turba, y las turbas son peligrosas, iracundas y asesinas. Los que aplauden a alguien hoy pueden apuñalarlo mañana, y no se sentirían inconsecuentes por eso.
El conflicto étnico en la Araucanía es real y, como tal, debe ser abordado de forma étnica. Seguir reduciendo el asunto a un mero tema de seguridad es sinónimo de que Chile no está preparado para esta conversación, lo que se traducirá en más conflictos que pueden desemboca una guerra civil local, donde el Estado tendrá que oprimir lo suficientemente fuerte como para que las tensiones pasen a segundo plano, con los daños colaterales indeseables, como la pérdida de la preciada libertad.