De las tantas manifestaciones que tiene la heterogeneidad en Chile, probablemente unas de las más desagradables sean el «chaqueteo» y la envidia. Tomando como ejemplo un caso reciente -ya que, en vista de que la mentalidad chilena funciona en un muy corto plazo, otra cosa sería una pérdida de tiempo- de la Teletón, podemos analizar este aspecto de la idiosincrasia.
Aún no siendo una persona que apoya a la Teletón ni es simpatizante de la figura de Don Francisco (o de cualquier gil aparecido en televisión), debo confesar que me es indiferente si alguien lucra con las buenas intenciones de la gente. Si alguien estima que los niños acogidos por esta institución necesitan una ayuda más grande que la que les pueda otorgar cualquier hijo de vecino, pues ayude a quien crea que sí puede hacer la diferencia.
Durante los últimos años, con la ayuda de internet y las redes sociales, la información (real, falsa, verídica, tergiversada, etc.) ha pasado a una rápida socialización, donde nadie se hace responsable de los dichos ni de los rumores. Dentro de estos rumores, verdades ocultas y situaciones turbias que condimentan las redes sociales, se encuentra «la verdad detrás de la Teletón» que, si fuera verdad, no me extrañaría ni en lo más mínimo, pues, en su modelo bastante anglosajón de proceder ante la caridad, no sería el primer caso en tener acusaciones de este tipo, las que, por otro lado, son bastante asumidas y hasta justificadas por sus perpetradores. Caso emblemático es el Live 8.
Sí, es despreciable lo que hacen (lucrar usando la caridad), pero son aún más despreciables las voces en contra: en ellos no hay una motivación mojigata a tratar de hacer lo correcto, sino un franco resentimiento de clase, unido a una envidia venenosa y recalcitrante. En Chile, a nadie le importa en realidad el lucro a partir de niños con alguna discapacidad física, sino que importa que haya alguien que está ganando millones mientras otros no están recibiendo nada. Si la gente que aprovecha la Teletón para su patético festival de codazos y sonrisas falsas no salieran beneficiados monetariamente en lo absoluto, a nadie le importaría que se usara vida humana para realizar un show en beneficio de la causa.
Este resentimiento de clase, propio de la mentalidad de Izquierda, es una malformación idiosincrática que conduce a una igualdad, por supuesto, hacia abajo, como todas las igualdades reivindicadas por la Izquierda, pues eso es la Izquierda: la alternativa horizontal que produce una igualación en la pobreza, en la debilidad, en sentimientos de inferioridad, jamás una igualdad que busque desarrollarse hacia arriba, hacia la riqueza, hacia la fortaleza.
Muy probablemente, la Izquierda donaría cada vuelto en el supermercado, compraría cada producto marcado con algún corazón, y apoyaría cada causa donde esté envuelto algún necesitado (pues eso es lo suyo: sentir lástima, luchar por los privados de derechos y de combatir todas las águilas del cielo para que la tierra sólo esté poblada de roedores), pero la sola idea de que alguien no resulte pobre de todo esto, es suficiente para atacar toda iniciativa que, en otro momento y circunstancia, sería ampliamente apoyada.
La Teletón no le roba a nadie, es más, insta a que sea uno el que coopera, ahora bien, que un porcentaje que algunos dan sirva para dar de comer a imbéciles como Rafael Araneda, es un cuento aparte. A nadie se le pone una pistola en la cabeza para que vaya a donar o compre de tales o cuales productos.
Si alguien de la Izquierda tiene algún complejo de superhéroe y quiere combatir la Teletón porque Don Francisco es un judío sionista desagradable, porque ganan millones de pesos apelando a la lástima o por lo que sea, pues hágase su propia Teletón mojigata, correcta y bonachona, donde todo sea gratis. Posiblemente, no logre que todos sean tan pobres como le gustaría, pero de seguro no serán más ricos, algo imperativo para la Izquierda: no importa que no haya dignidad ni justicia, lo que importa es que nadie surja. De ninguna manera.