Muchas veces me han preguntado: ¿Qué es lo que hay que hacer? Es obvio que no tengo una respuesta política a esa pregunta. Tampoco quisiera dar una respuesta abstracta o ideológica. Quisiera ensayar una respuesta sencilla, luego de muchos años de pensar la misma respuesta y sabiendo que no existen hechos absolutos al respecto.
He llegado a la conclusión que, la que se supone debiera ser nuestra propia gente, es nuestro principal y más encarnizado enemigo. Primero porque son nuestro entorno inmediato, luego porque tenemos con ellos relaciones y compromisos sociales y familiares. Eso nos convierte a menudo en fantasmas silenciosos. Maestros en evitar una confrontación cotidiana que nos impediría vivir normalmente. En eso se nos va la mayor parte de nuestras energías y a veces de nuestras vidas. No en pelearnos con gente de otra identidad, sino en tratar de no masacrarnos o quedar completamente aislados de lo que sería, se supone, nuestra propia identidad.
Esa gente blanca, tan miserable que nos da vuelta el estómago y la cara, es muy valiente cuando está del lado de la culata, porque todo va en ese sentido servil: el trabajo, la universidad, a menudo la familia, la escuela, la ley, la calle, la cultura, etcétera. Pero todos ellos son a su vez, como todo traidor, sumamente cobardes.
Ha llegado el momento de aislarse de ellos y comenzar a producir una fuerte solidaridad insular entre nosotros. Ellos no soportan ninguna presión. Odian a los delincuentes de abajo, porque ellos pretender ser delincuentes de arriba. Los odian porque les temen.
Lo cierto es que nosotros, por una cosa u otra y no necesariamente por cobardía sino hasta por amor a esos que se supone son los nuestros, somos incapaces de mostrar los dientes. Tenemos responsabilidades familiares y sociales dentro de un sistema que nos obliga a ser como ellos.
Si me preguntan qué hacer hoy: diría que lo primero es ser conscientes de que en cualquier parte puede haber un aliado, y que ese aliado que es un hermano aislado debe estar tan solo como nosotros mismos. Pues bien: él es ahora nuestra familia, nuestra comunidad. No importa que no lo conozcamos personalmente, el momento de conocernos ya va a llegar.
Esa tensión, esa energía consciente en constante crecimiento, producirá tarde o temprano la masa crítica necesaria para emerger. Lo presiento, lo percibo, puedo leerlo en el aire y me produce una gran emoción.
No me importa que le llames a tu dios Thor, Marte, Ares o Crom. Ni que tengas tu propio dios. Recuerda que las grandes cosas se hacen en silencio, atraviesan los milenios y no necesitan de discursos ideológicos ni de una gran exposición.
Ahora mismo uno de los tuyos te necesita, como vos lo estás necesitando a él. Ve en su busca, cuando estén sentados frente a frente, los traidores a la estirpe sentirán terror.