Habiendo fallecido Pedro Lemebel, con el revuelo esperable en las redes sociales (no sólo virtuales) en admiración, veneración y tributo a su obra, es lógico que también nosotros tributemos. Particularmente, no tengo nada contra la prosa de Pedro Lemebel que, sin ser excepcional como nos quiere hacer creer el oficialismo y la farándula artistoide, tampoco el bodrio que algunos quisieran ver en él.
Su inspiración fue bastante limitada: como todas las minorías, no amplió sus horizontes más allá del universo en el que se movía, por lo que si uno no tenía interés en leer sobre homosexualidad, travestismo, pobreza y uno que otro contenido de opresión social, entonces la obra de Lemebel inherentemente rechazaba al lector por falta de motivación.
En su obra, no existía la homosexualidad sino como una declaración de principios y una posición a la sociedad, y para ella, la única manera de entrar en «complicidad con la obra», era siendo partidario de la Izquierda victimista propia de los años 90s, pues realmente dudo que un admirador de Corea del Norte y de la Rusia Soviética fuera capaz de sentirse «tocado» desde la diferencia que buscaba plasmar su obra. Lemebel, el luchador social (en palabras de la presidente Bachelet) de las oportunidades y de la inclusión, con su obra, acentuó la diferencia y la envió al gueto.
Respecto a su transgresión, la verdad que fue bastante poca, y basta con ver cualquier desfile de travestis y luchadores por la diversidad para encontrar performances parecidas, y es que hay que reconocer que el país ha avanzado exactamente hasta donde la intelligentsia quería llevarlo: un entorno donde no sorprende absolutamente nada de lo que debería sorprendernos.
Pese a no ser artífice, Pedro Lemebel fue un constructor, ayudando a dar forma a esta sociedad de mente abierta que tenemos hoy, revestida con discursos de respeto al otro. En este sentido, emerge la figura sombría: Lemebel el colaborador de la nueva estructura opresiva, intolerante y totalitaria de la mentalidad chilena, donde sólo está permitido transgredir y ser fanático mientras provenga desde los reinos de la corrección política, jamás desde la incorrección.
Como ocurre luego de cualquier muerte, aparecen los admiradores «de siempre» que jamás estuvieron, transformando todo en un circo de lágrimas falsas, dedicatorias vacías, twitteos carentes de sentimiento y estados de facebook de fingido dolor, que no hace más que reforzar el incorrecto (como enemigo de la corrección, no de «equivocado») prejuicio sobre la lucha por reivindicar la debilidad, la pequeñez, la alienación, la horizontalidad y la necesidad constante de la autoafirmación en un mundo delicado e hipersensible.