No estás empoderado.
Así como lees: no estás empoderado.
Hasta hace algunos años (cinco, quizás), la palabra empoderamiento ni siquiera figuraba en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Recuerdo que en el proceso de mi tesis para la obtención de grado académico, las palabras empowerment y self-empowerment poblaban los papers e informes que tuve que leer. En ese momento, la traducción de empower era ‘facultarse’. Así de sencillo. Basta echar una mirada a la 22ª edición del Diccionario de la lengua española para notar que la palabra ‘empoderamiento’ brillaba por su ausencia.
¿Por qué, entonces, las masas no están facultadas, sino que empoderadas? No hay que ser un gran estudioso para notar que la gran mayoría de los cientistas sociales chilenos (y “latino”americanos) sufre de un grado de esquizofrenia muy curioso, que los hace ser chauvinistas en algunas instancias, y xenófilos en otras. Existe, quizás por el escaso manejo de idiomas extranjeros, una sobrevaloración de los estudios hechos en lengua hispana, lo que ha fomentado que estudios, trabajos y libros que fueron escritos originalmente en algún idioma distinto al español, no existan para la academia, algo que ha provocado que avances en metodologías e investigaciones que ya se habían tratado e indagado, queden invisibilizados por algunos “innovadores” cientistas sociales hispanoparlantes. Eso respecto al chauvinismo. Pese a todo, algunos innovadores toman términos y modismos anglófonos, y los insertan en el mundo hispanoparlante. Ejemplos emblemáticos de esto son “hacer sentido” (siendo que siempre habían dicho que las cosas “tenían sentido”), pésima traducción de “make sense”, y “me hizo el día”, traducción literal de “it made my day”. Antes nos “cagábamos de la risa”, ahora las cosas “nos hacen el día”. Desgraciadamente para nuestro idioma, la inserción muchas veces se hace de manera imprudente, pues no hay una averiguación si acaso existe algún término equivalente, llegando a traducir dichos términos de manera literal. De esta manera, ‘empower’, que siempre había significado ‘facultarse’, pasó a ser traducido como ‘empoderar’. Sonaba más fuerte, más poderoso, más innovador.
Y la mayoría de los cientistas sociales, innegablemente progres, comenzaron a otorgar validez a los avances y beneficios de la Democracia más populachera, alabando las protestas sociales, las protestas virtuales, y el hecho de salir a la calle a pedir cualquier cosa, es decir, las virtudes dudosas que vienen incluidas dentro del pack del estado democrático. Hoy, cualquier imbécil que, bajo un alero democrático, se sienta con el derecho a patalear, lloriquear, y chillar, puede de hecho hacerlo y sentirse empoderado, que sería algo así como cuando Mario rompía un ladrillo y obtenía la invencibilidad. La diferencia es que con el famoso empoderamiento no hay una real invencibilidad, sino imbecilidad, tan sólo una ilusión de que el ciudadano común y corriente (ese burro despreciable al que sólo se le toma en cuenta para las elecciones, siendo apaleado siempre pero acariciado de vez en cuando, para que no se sienta menospreciado pero que tampoco se acostumbre a estar bien) puede cambiar su destino a través de las vías democráticas y burguesas. Este punto es importante: dentro del amplio espectro de las medidas de presión imaginables para obtener algo de las cúpulas de poder que someten a la estructura de seres pasivos y mediocres, sólo son legales las que no ponen en peligro la permanencia del status quo. Así, puedes patalear, hacer escándalo, acusar con tu mamá y un sinfín de simpatiquísimas estrategias inútiles que, en realidad, son completamente funcionales para que todo se mantenga como siempre.
Cuando escuches decir que el grupo social XXXX está empoderado porque a menudo sale con pancartas o hace ruido por las redes sociales o quiere «funar» a algún sinvergüenza, es porque, en realidad, está recibiendo migajas para que se quede en silencio, pueda obtener triunfos mínimos y efímeros y promueva más la democracia y sus insípidas maneras de hacer cambios, a la que sentirá que le debe todo que ha obtenido.
Acéptalo: no estás empoderado. Sencillamente eres un mendigo de tu propia libertad.