La Historia se conforma de hitos y de mitos, y conforme avanzan los tiempos es que decidimos si mentirnos a nosotros mismos o abrazar la verdad. Los mitos deforman la Historia, la disimulan y embellecen lo cruento para volverlo digerible de acuerdo al contexto, y es así cómo nos lavamos el cerebro queriendo ver al Hito como un Mito que es creíble sólo en los cuentos de hadas.
La Fundación de Santiago —como tiempo cero de la Identidad Europea en el borde pacífico del suelo americano, es decir, de la Identidad Criolla— es un hecho que debemos asumir como Hito, por encima de todos los adornos poéticos. El Hito, el hecho, es que estamos aquí, 5 siglos después, por encima de todos los mitos, de todas las deformaciones, de todas las leyendas blancas y negras.
Y el Hito es que los Conquistadores no vinieron al Nuevo Mundo a continuar el Viejo, a hacer de éste una mera continuación y reproducción de la Europa lejana como quisiera entender el Mito, sino que vinieron a comenzar un mundo, no a ser parte de la Historia, sino a escribir otra nueva con sangre, con sudor, con lágrimas, con fuego, con esperanzas, con sufrimiento y, por sobre todo, con futuro.
El alef del criollismo de la costa pacífica está bajo nuestros pies. Sobre él, cientos de años de historia del ayer nos hacen comulgar con el presente. Un núcleo de vivencias, experiencias, relatos y cantos de nuestros ancestros.
Bajo nuestros pies, un pasado que no volverá, que se fue para siempre. Un pasado lleno de aciertos y de errores. Un pasado que es pasado. En nuestros pies, nosotros: el presente, lo que vivimos, lo que somos. En nuestros pies, nosotros: la identidad que se vive, que no está escrita en los libros porque nosotros somos los que le damos forma.
Sobre nuestras cabezas está el cielo azul, que es el mismo que hizo que nuestros ancestros en las lejanas tierras de las montañas, valles, jabalíes, lobos y ciervos, supieran que el mundo en el que vivían era más grande que lo que pudieron imaginar.
Con aciertos y errores, el destino forjado desde el ADN impulsaría a los Conquistadores al inmenso mar en la búsqueda de nuevos horizontes bajo el mismo cielo azul, pero en una nueva tierra fértil, que sería labrada para hacer germinar a los hijos de Europa en su afán por comenzar un mundo nuevo.