El ser humano que se siente inferior siempre responde y se rige mediante el odio. El que se siente pobre y desdichado, direccionará sus frustraciones contra lo que considere enemigo, y se sumirá en un combate que supera la razón, mezclando un presente de resentimiento con respuestas instintivas y básicas de defensa, siendo el odio la dinamita de descompresión de la inferioridad.
El pobre odiará al rico porque lo culpará de su desgracia actual, el antisemita odiará al judío de una forma muy parecida a la del comunista, pues verá en él a la fuente de su desgracia. En algún lado, otros odiarán a los comunistas porque temerán a ser despojados de sus pertenencias.
El ser humano que se sienta por sobre otros, no tendrá odio, sino desprecio a lo que no considerará a su altura. Tanto odio como desprecio parten de una condición fundamental de desigualdad, aunque el primero está destinado desde abajo hacia arriba, y el segundo desde arriba hacia abajo.
El fracaso de los movimientos de masas que tratan de apostar a alternativas nacionalistas, patriotas o cualquiera que parte de una identificación nosotros/ellos, comienza desde el momento en que eligen fundamentos vacíos para justificar su existencia, dando más importancia al ellos que al nosotros. Por ejemplo, un movimiento que nazca a partir del odio contra extranjeros, perderá su razón de ser cuando los extranjeros se vayan, por lo que no se justificará su permanencia en el tiempo, porque, como movimiento, era un fin en sí mismo.
Ser anti algo en un clásico de las tendencias modernistas, y es esta misma condición la que hace que estas tendencias no tengan ni pies ni cabeza. En ese sentido, los grupos odiados tienen todo por ganar, puesto que al no estar sujetos ni justificados por el odio, su existencia tendrá una razón de ser mayor a la de los grupos de odio. Un grupo de extranjeros de una nacionalidad o comunidad determinada, bajo el ataque de los grupos de odio, reforzarán más los lazos que los unen, y darán mayor prioridad a eso que los une más que a eso que los separa, puesto que, para ellos, se vuelve una cuestión de supervivencia.
En los grupos bajo ataque, el odiar al que odia se vuelve menos importante que el amar al semejante, pues en la unión de estos estará la fortaleza que no se tiene como individuo, apostando a una especie de amor por lo propio: viendo reflejado el mismo rostro y los mismos valores en los miembros de la comunidad, el individuo extrapolará su instinto de supervivencia aún más allá de las fronteras del odio que exhiben sus enemigos.
La unión en el odio está condenada a fracasar, porque todo lo que tienen por defender del nosotros está en función de ellos y por lo que tienen por perder frente a ellos, mientras que ellos viven por ellos, y cada paso que avanzan sobre el nosotros es un paso que ganan para ellos, para nadie más.