Como era de esperarse de un país con aspiraciones primermundistas y enfermo de corrección política, la presencia de Ítalo Passalacqua y de su pareja del mismo sexo en la gala del Festival de la Canción de Viña del Mar (y recalco la condición homosexual pues, aunque muchos progres repitan como mantra que da igual del sexo que sea la pareja, la verdad es que no — por algo el escándalo que se produjo) causó un revuelo entre lo más adictos al Progreso, y una ola de comentarios de apoyo, de orgullo (?), de satisfacción, de necesidad de un matrimonio igualitario ahora, y de todas las réplicas imaginables que pueden ser originadas a causa de la presencia fuera-del-clóset de un homosexual famoso.
Objetivamente, es muy probable que el periodista se halla sentido «liberado» con su aparición tan asumida de su condición homosexual, pero como yo no tengo ningún remedio para curarle la homosexualidad a nadie, ni tampoco me interesa enderezar «colizas» (como diría mi abuelo), y menos aún me interesa celebrarle shows a nadie, prefiero concentrarme en la condición doble estándar de los discursos de tolerancia.
Hace un año atrás, Dave Yorkshire (Western Spring) me hacía llegar el texto que sería presentado después como «The love that dare not speak its name» en Alternative Right, donde, aparte de criticar al liberalismo por justificar la condición homosexual pedofílica del escritor Oscar Wilde, hacía una interesante mención: se aplaudía a quienes «salían del clóset» y se reconocían homosexuales… para luego ser olvidados por los medios de comunicación. Por otro lado, a aquéllos que «salen del clóset» decantándose por el nacionalismo (en formas positivas o negativas), se les persigue y condena.
Retomo el doble estándar de la tolerancia made in Chile. Personalmente, los hechos ocurridos el 11 de Septiembre de 1973 y posteriores me parecen nefastos e injustificables, no me generan simpatía en lo absoluto y no sé hasta qué punto el país fue «salvado», pero si alguien cree que eso estuvo bien y merece reconocimiento, está en su justo derecho de hacerlo. Nos guste o no, estemos de acuerdo o no, hay una condición básica entre los seres humanos que es la de disentir. Con disenso se crea la diferencia, y con la diferencia viene la diversidad.
Hoy, la sociedad chilena aplaude la diversidad, el atrevimiento a aceptarse, a asumirse sin importar la opinión de resto… siempre y cuando lo que se acepte y se asuma sea exactamente lo que el resto quiere escuchar. Ésa es la realidad que nos toca enfrentar, donde el radicalismo de los guerreros de la justicia social nos termina uniformando dentro de una diversidad establecida y cuadrada, de la cual no podemos desmarcarnos si no queremos ser crucificados.
Cada vez más, hay esfuerzos por apoderarse de los hijos del pueblo con opiniones políticamente incorrectas, y en algunos países se puede ir a la cárcel por expresar opiniones que se consideren racistas, xenofóbicas, homofóbicas, etc. ¿Qué más necesitamos? ¿Encarcelamiento masivo, campos de concentración, ejecuciones? La «justicia social» se ha transformado sencillamente en la Inquisición o el estalinismo bajo otro nombre. Ni siquiera esto es una cuestión izquierda/derecha. Los fanáticos de la «justicia social» se volverán contra sí mismos tan pronto como no quede nadie fuera de la izquierda.
Keith Preston.