Los acontecimientos desarrollados durante los últimos meses en el este de Ucrania han captado por ratos (o más bien, se ha hecho un acontecimiento tan sostenido que, lamentablemente, ya es considerado por la opinión pública como algo normal) la atención de los ojos a nivel mundial. Varias son las interpretaciones o análisis que pueden realizarse respecto del trasfondo político (porque ideológico en el sentido natural y obvio de la expresión no es) del conflicto, e incluso es posible realizar «exámenes» acerca de las formas del asunto, los cuales serían eventualmente intrascendentes, pero que de todas formas se hacen y se han hecho. En casos como estos, lo peor que se puede hacer es emitir comentarios a la rápida, basándose en los que emiten las agencias de noticias dependientes de otros intereses o peor aún, basándose en la estética de una de las partes (sí, hay gente que emite comentarios tomando eso como referencia).
La disputa entre Ucrania y Rusia (o mejor dicho, los rusos étnicos, ya que el Estado ruso no ha tomado una posición interviniendo a favor de las milicias pro-rusas, por lo menos no abiertamente) sobre las regiones del este ucraniano no pasaría de ser una muestra más de la siempre vigente confrontación entre el poder talasocrático y el telurocrático (sobre esto, digo abiertamente que personalmente me adhiero a lo planteado por el señor Alexander Dugin en relación a la creación de un mundo multipolar en contra del orden unipolar regido por la potencia atlantista por excelencia, EEUU, pero este no es el tema que nos convoca en esta ocasión) sino fuera porque una de las partes beligerantes en este proceso tuvo, en el momento del levantamiento parcialmente popular y actualmente en el conflicto armado, entre sus filas a nacionalistas ucranianos y adherentes al fascismo/nacionalsocialismo, en principio del partido nacionalista Svoboda y del movimiento más extremista Pravy Sektor (Sector Derecha), y en el último momento del Batallón Azov (llamado así por la localidad histórica a la que pertenecen la mayoría de sus componentes).
Yo como identitario y no como nacionalista en el sentido clásico no puedo sino equiparar la situación de Ucrania a la de Chile. Ucrania es un país cuyas fronteras fueron adulteradas (y conformadas progresivamente hasta llegar a lo que son en la actualidad) principalmente durante su sometimiento a la Unión Soviética. Las decisiones respecto de las fronteras fueron meramente administrativas, no se tomó en consideración ningún factor étnico ni por si acaso. Ante esto, creo que la cuestión es bastante simple: ¿qué tiene de malo que rusos étnicos sientan el deseo de unirse nuevamente a su país de origen, del cual se vieron privados por acontecimientos completamente ajenos a su voluntad, obligados a vivir englobados dentro de una entidad meramente burocrática y administrativa llamada Ucrania que, si bien tiene población que es, étnicamente hablando (que es el único sentido que nos interesa, si no mejor váyase a leer unos miserables posteos con faltas de ortografía a páginas que por estas fechas deben estar tapizadas de tricolores lautarinos) ucraniana, también contiene a una población que no se autoreconoce como ucraniana por el simple hecho de que no lo es.
Hasta ahí todo bien, pero entonces ¿de dónde sale tanta aversión hacia los pro-rusos o tanto amor por los guerrilleros ucranianos? Me atrevo a decir que es simplemente por la utilización de estos últimos de símbolos neonazis. Lisa y llanamente por eso. Aunque claro, esto se limita simplemente a los símbolos porque no me cabe en la cabeza como un «nacionalista» pueda exigir a su país, incluso mediante el uso de armas, la adhesión a la Unión Europea y a un «desinteresado» empréstito del Fondo Monetario Internacional, sólo por un desprecio histórico a Rusia. ¿De qué nacionalsocialistas estamos hablando si, antes de los vínculos raciales entre los distintos pueblos europeos, se anteponen rencillas basadas en problemas fronterizos históricos o incluso por el daño que provocó el régimen comunista no sólo a los ucranianos, sino también a los mismos rusos? Estamos en presencia de una inconsecuencia del porte de un Antonov.
Esto no se trata de un apoyo a Rusia. De hecho, no tiene nada que ver con eso, sin perjuicio de la posición geopolítica que sostengo, como expuse más arriba. No se trata tampoco de un apoyo al Presidente Vladimir Putin. Sin perjuicio de que, respectivamente, la sociedad rusa (junto con otras del este de Europa) es de los últimos bastiones europeos tradicionalistas que quedan y que Putin puede sin problemas plantarse frente a los líderes del liberalismo globalizante.
Muchas cosas pueden decirse (y es más, se dicen) respecto a esto último. Sí, Putin prohibió la propaganda y simbología nazi. ¿Y qué? ¿Los niños van a tener que dejar de jugar a los soldaditos y empezar a utilizar su tiempo para hacer cosas verdaderamente útiles?
Putin se ha sentado a dialogar con representantes del Estado de Israel. ¿Y qué? ¿Tuvo que haber hecho desaparecer de la faz de la Tierra a todos los judíos para ganarse la simpatía de un tan distinguido, serio, productivo y educado público? Se les olvida también a estos que por lo menos las milicias del Batallón Azov son financiadas directamente por el oligarca judío Kolomoiski, además de pasar por alto el concepto de realpolitik, o ni siquiera eso, sino del hecho de que las relaciones internacionales se mantienen, en principio y por lo menos formalmente, a través del diálogo (sí, suena mucho más malote y misántropo decir que se debe enviar a las resucitadas divisiones SS a azotar Israel a sangre y fuego para que el nacionalsocialismo se levante una más cubierto de gloria y de trompetas militares, pero bueno, vivimos en una planeta llamado Tierra y en un plano que denominamos «realidad»).
Claro, siempre puede decirse que justo y exclusivamente los nacionalistas ucranianos que combaten a los civiles rusos se diferencian de sus mandamases y que en realidad lo que quieren es instaurar un gobierno de corte fascista. Bien que lo hacen trabajando de carne de cañón para los intereses de Estados Unidos y de la finanza internacional. El asesinato de uno de los principales líderes de Pravy Sektor hace unos cuantos meses a manos de agentes del gobierno ucraniano es muestra de que están haciendo el papel de tontos útiles. Dugin en este sentido me atrevo a decir que tiene razón: o se está a favor de un mundo unipolar o de uno multipolar, y entre esas opciones, no hay ideología política que se interponga.
Acá no se trata de apoyar a uno o a otro bando. Nada me apena más que saber europeos están matándose los unos a los otros, cuando en esta misma página hemos dejado en claro que la unidad entre hermanos raciales es lo más importante que hay que tener en consideración para evitar acontecimientos sangrientos del pasado. De lo que se trata acá es que el deseo de una muerte heroica por parte de los simpatizantes de los fascismos en general, muchas veces los hace estar tan ansiosos de morir que buscan la muerte a cualquier costo con tal de estar cubiertos de un estandarte con una esvástica bordada, en medio de los honorables cadáveres de sus camaradas para así demostrar haber tenido tanta lealtad a Thor que este les permita beber junto a Odín unas birras en el Walhalla, que son capaces de inmolar sus vidas para un fin simplemente consistente en que el FMI pueda expandir aún más sus tentáculos.
No estamos en presencia de una lucha por la defensa de la raza blanca ni por tal o cual ideología del pasado. Estamos en presencia de una manifestación suprema de desconocimiento (o de testarudez, según sea el caso), de fetichismo (servir indirectamente al poder internacional del dinero con tal de vestir un uniforme con símbolos propios del nacionalsocialismo) y de prevalencia del concepto jacobino de «nación» antes que el identitario que sostenemos acá.