El suicidio de Monsieur Venner ha dejado entrever muchas cosas, donde la manipulación mediática es la que ha sobresalido por lo típico: «escritor de ultra-derecha se suicida para demostrar descontento por la legislación sobre el matrimonio gay». Hay odio, hay gays, hay sensacionalismo, en el mejor de los casos. Otros sencillamente hablaron de «un hombre» cometiendo suicidio. En fin, lo que digan los medios de comunicación masiva como las masas manipuladas y con cerebros lavados nos es indiferente: no esperamos nada de ellos más que un aluvión de mentiras y verdades a medias.
Lo curioso han sido ciertas reacciones de gente que se supone es afín a la Tradición y al N.B., donde muchos se atrevieron a criticar la gesta, considerándola un acto inútil, egoísta. ¿Cómo puede hablar así gente que en toda su vida insignificante hará nada por lo que siquiera valga la pena despertar a la mañana siguiente, gente que se cansa de «luchar» cuando recién bordean la treintena? Dominique Venner estaba cercano a los ochenta años, con un curriculum vitae lo suficientemente completo como para quedarse en su casa recordando el pasado; en vez de eso, él eligió el futuro y, en un acto de suprema voluntad, eligió dejar la vida atrás, esa pálida ilusión que muchos ni siquiera se atreven a experimentar por miedo a arriesgar las cosas que tanto les ha costado conseguir. ¿Un trabajo, un buen puesto conseguido arrastrándose por el piso, una casa, un auto, una familia acomodada, una esposa que cause la envidia de los vecinos, un blu-ray? Qué basura.
Su nota suicida es decidora: un llamado a despertar la conciencia en la Identidad, en la Familia y detener la anti-cultura hedonista que está ahogando a la juventud europea y eurodescendiente, y, por sobre todo, a ser consecuentes y vivir sin miedo, sin vergüenza, de cara al sol porque nada hay en este mundo por lo que valga la pena no ser uno mismo.
Traduje algunos escritos de monsieur Venner al castellano, público al que, tristemente, no ha podido llegar con fuerza debido a la barrera idiomática. Sin embargo, su gesta final probablemente sirva para despertar a algún espíritu dormido o sumido en el letargo cómodo del post-modernismo.
Sonreír a la muerte y recibirla con agrado. A veces, la Eternidad espera al final de una bala, y las puertas del cielo se abren de par en par a quien hace transcender su vida, y le roba a la misma, la oportunidad de verlo postrado indefenso en una cama, o sumido en los arrebatos de superioridad qué sólo puede entregar la insignificancia y la vanagloria.
Permanece en paz, tanto en el placer como en el dolor; en la victoria, tanto como en la derrota; tanto si ganas como si pierdes. Prepárate para la guerra con tu alma tranquila; si estás en paz, no hay pecado.
B.G.