Quienes sean lectores frecuentes de nuestros sitios ya habrán notado que en la formulación del Nacional-Identitarismo, la figura de Adolf Hitler se encuentra totalmente ausente. Quienes no nos conozcan, y quienes a pesar de conocernos solamente deseen molestar, podrían decir que esto huele a una estrategia populista: renegar de cualquier vinculación politico/ideológica con Hitler, y así librarse de los ataques de estigmatización social que actualmente se utilizan en Occidente para neutralizar a rivales politicos. Pero, lejos de ser una estrategia, se trata de ser sinceros con nosotros mismos y con los demás, porque lo único indispensable para una ideología y movimiento como los nuestros es la existencia de la Identidad criolla, presente siglos antes de que Hitler naciera, y hasta ahora, varias décadas después de su muerte.
Mentiríamos si dijésemos que Hitler es el ideólogo central para las ideas de Fuerza Nacional-Identitaria, y hasta resultaría contraproducente, pues en Chile solamente serviría para adornar nuestro pensamiento de manera inexacta, y de paso atraer a ejemplares del nutzismo más parafernálico, predecible y fracasado, del que – por cierto – hay que protegerse, por lo que mientras más aburridos y e irrelevantes le parezcamos a sus seguidores, tanto mejor.
De igual modo, mentiríamos si afirmásemos que para FN-I Hitler sería un ser metafísico/esotérico revelado a unos pocos elegidos, y que en un hipotético futuro de caos tendrá su segunda llegada montado sobre un caballo blanco, premiando a los justos y cortando las cabezas de los infieles; idea mucho más propia de quienes sabiéndose pisoteados y derrotados todos los días en el mundo real, optan por el consuelo de imaginarse mundos épicos y victoriosos en un supuesto plano supraterrenal donde – como no podría ser de otro modo – son la selecta y triunfante élite del Führer.
Sin embargo, no por lo dicho Hitler carece de toda relación con las ideas de nuestro movimiento.
En primer lugar, tanto para FN-I como para cualquier proyecto contemporáneo que reivindique a pueblos europeos y eurodescendientes, el mundo en el que nos toca desenvolvernos, adaptarnos y buscar el éxito, no puede ser completamente comprendido sin el paso de Adolf Hitler. Tras su obra, el mundo cambió de tal manera que las estrategias, posibilidades de éxito y pronósticos de transformaciones globales que formulemos, deben forzosamente hacerse cargo del traumático impacto que Hitler tuvo en casi todo el planeta. En el plano del Derecho, el mundo fue testigo del surgimiento de cuerpos normativos y organizaciones exclusivamente enfocadas suprimir cualquier intento de revitalización del Nacionalsocialismo y la figura de Hitler, así como en prevenir y reprimir toda iniciativa de reivindicación racial y étnica europeas; en el plano geopolítico, por primera vez Europa dejaba de ser un agente activo y hegemónico mundial, quedando reducido a mero mercado, y abriendo paso a potencias como Estados Unidos, Rusia, y posteriormente China e India, entre otros; en el plano ideológico, la caída de Hitler y el Nacionalsocialismo significó la instalación permanente de principios y conceptos marxistas y liberales en el discurso político general, pasando así las ideas de la Ilustración y sus derivados a ser una estructura de pensamiento exclusiva y excluyente en las disputas por el poder político; finalmente, en el plano moral, el costoso derramamiento de sangre, sumado a la propaganda de guerra aliada (ahora convertida en fuente histórica oficial), sirvió como una herramienta de manipulación social, generadora de tabúes y una completa escala de valores a partir de la cual toda reivindicación étnica y racial europea pasó a ser vista como peligrosa y moralmente reprochable, considerándolas como preludio inevitable de odio racial, xenofobia y exterminios, y que -por tanto- debía hacerse lo posible para eliminarlas. En resumen, con sus aciertos y errores, Hitler cambió el mundo – nuestro mundo – para siempre.
En segundo lugar, la obra de Hitler es un ejemplo pionero en la historia mundial de una iniciativa de nacionalismo racial europeo con trascendencia a nivel político, estatal, internacional, e incluso militar. En gran medida, Hitler y el Nacionalsocialismo llevaron a la práctica principios compartidos por nuestro movimiento, como la unificación étnica europea, la subordinación de toda idea a los intereses étnicos comunes, y la oposición directa contra factores ideológicos y culturales anti-europeos.
También puede reconocérsele el mérito de haber institucionalizado el sentimiento paneuropeo en la que ha sido tal vez la organización más racista de toda la historia: las SchutzStaffel (SS). Como bien es sabido, esto no se llevó cabo completamente, y de ello dan fe las campañas militares llevadas a cabo en el Este que, motivadas por un sentimiento anti-eslavo más chovinista que racista, en gran medida restaron el apoyo que Alemania habría necesitado para concluir la Segunda Guerra Civil Europea de una manera muy diferente. No sabemos a ciencia cierta si en sus últimos días habría cambiado sinceramente su opinión, pero lo cierto es que en momentos cruciales para el éxito de su proyecto, en Adolf Hitler primó el egoísmo étnico y el deutschlanduberallismo por sobre la solidaridad racial. No obstante, tampoco corresponde ser tan duros y exigirle a Hitler lo que él mismo no creía necesario, pues no olvidemos que fue un nacionalsocialista alemán, no un identitario europeo.
En la medida en que se considera a Adolf Hitler como defensor de la supervivencia racial europea, así como un luchador contrario a las fuerzas corruptoras del Liberalismo, Marxismo y Sionismo, podemos ver en el, quizás no el eje central de nuestro proyecto como movimiento, pero sí una valiosa fuente de conocimiento e inspiración. De conocimiento, ya que con sus aciertos y errores, de cualquier modo nos brinda un antecedente importante para el futuro proceder de las organizaciones racistas y nacionalistas europeas en todo el mundo; y de inspiración, puesto que en un tiempo en que la mayoría de los criollos y europeos se encuentran disfrutando de las comodidades temporales que regala el Liberalismo, siendo sumergidos en la más trágica indiferencia sobre el futuro de sus pares étnicos y raciales, Adolf Hitler es testimonio de un verdadero triunfo de la voluntad, y de cómo un hombre sin nada más que su inteligencia y determinación logró amenazar de muerte a los enemigos de Europa.
Sólo por lo arriba señalado, creo que Adolf Hitler se merecería mejores seguidores, que a lo menos hayan aprendido las lecciones que pueden extraerse de su vida y obra. En cambio, a nivel Latinoamericano, los únicos “continuadores” con que Adolf Hitler tendría que conformarse son las legiones de desequilibrados, gritones y nerviosos que viven convencidos de que recreando un tiempo pasado, éste mágicamente volverá y se hará realidad. Igual de lamentables son aquellos exponentes que autodefiniéndose como “fanáticos”, en realidad no son más que histéricos, proclamando la existencia y absoluta infalibilidad extratemporal del liderazgo de Hitler; una suerte de canje paradójico, donde la figura del Jehová todopoderoso es sustituida por la del Führer Adolf Hitler. Un monoteísmo semítico con disfraz de culto germánico.
Creo que es tiempo de que quienes dicen ser partidarios de la figura de Adolf Hitler, hagan algo más que ridiculizarlo disfrazándose, copiando, plagiando y forzando la realidad para que encaje en el pasado, siendo una buena forma de corregir esto comenzar a analizar su vida y obra de manera objetiva y madura. Curiosamente, es el mismo Hitler quien viene en ayuda de quienes se encuentran desorientados, y es que en los tiempos en que el Führer escribió su principal corpus ideológico, i.e., Mein Kampf, ya existía respecto de Bismarck la misma extraña tendencia que hoy en día afecta a sus propios seguidores: la de copiar torpemente a quien se admira por sus logros. En Mein Kampf, Hitler expone:
“Se cita a Bismarck para defender una política absurda y perjudicial a los intereses del pueblo alemán. Afirmase que Bismarck dio siempre importancia a mantener buenas relaciones con Rusia. En efecto fue así. Pero se olvidan de mencionar, a este respecto, que él daba igualmente gran valor, por ejemplo, a las buenas relaciones con Italia. El propio Bismarck se alió antaño con Italia para anular mejor a Austria. ¿Por qué no se continúa, pues, esa política? «Porque la Italia de hoy no es la Italia de antes», se dice. ¡Bien! Pero en ese caso, honorables señores, permítaseme también afirmar que la actual no es la Rusia de antaño. A Bismarck jamás se la habría ocurrido querer fijarse como definitiva la táctica de un determinado camino político. En consecuencia, la pregunta no debe ser: ¿Qué es lo que Bismarck hizo?, sino más bien: ¿Qué es lo que Bismarck haría en las actuales circunstancias? Esta interrogación es la más fácil de responder, concluyendo que Bismarck, guiado por su inteligencia política, jamás pactaría una alianza con un Estado predestinado a la ruina”[i].
Seamos estrictamente hitlerianos por un momento y apliquemos respecto de Hitler la lección contenida en el párrafo. En consecuencia, la pregunta no debe ser: ¿Qué es lo que Hitler hizo?, sino más bien: ¿Qué es lo que Hitler haría en las actuales circunstancias?
A Hitler no le interesaba recrear momentos históricos, divinizar personajes del pasado, ni demostrar el valor absoluto de una ideología, sino que luchar primero por su Pueblo, y luego por toda Europa. ¿Qué es lo que Hitler haría en las actuales circunstancias (Chile, país con nula soberanía, de creciente influencia posmoderna, con minoría eurodescendiente aburguesada sin posibilidad de una propia proyección política real)? La respuesta solamente la descubrirán quienes se atrevan a la hereje, desconcertante y europea misión de la creatividad.
Allí, en soledad, nos situamos nosotros.
Conocimiento e inspiración: regalos más que bienvenidos en un tiempo en que todo parece perdido y contrario a nuestro pionero proyecto, y más que suficientes para saludar con merecido respeto a Adolf Hitler en el aniversario centésimo vigésimoquinto de su natalicio.
[i] Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 389-390