Banderas bolivianas en el puerto: cuando la desesperación hace perder la razón

Banderas bolivianas en el puerto: cuando la desesperación hace perder la razón

Contra sus mentiras | Autor: | 16.5.2016

Puedo entender en su totalidad la preocupación del sector pesquero artesanal respecto de la explotación desmedida del mar por parte de los industriales. Comprendo dicha preocupación y la comparto. Yo también dependo de lo que ocurra en el mar, y si la sobreexplotación avanza, me veo afectado directamente, no en la forma distante en que se manifiesta para la mayoría de los justicieros de las redes sociales.

La puesta de banderas bolivianas en Caleta Portales, en la ciudad de Valparaíso, que ha sido una protesta bastante comentada en redes sociales, es, por decir lo menos, lamentable. Como mi cabeza no hierve fácilmente, no lanzaría a los cuatro vientos una verborrea ultrachauvinista con rasgamiento de vestiduras incluida, ya que, a pesar de los comentarios que sí emitieron algunos termocéfalos, esto no tiene nada que ver con la patria, ni la soberanía, ni la Guerra del Pacífico. Las banderas fueron colocadas para joder la pita.

La mayoría de las opiniones vertidas se han nucleado en torno a la idea de la patria: que es un invento, que es lo más sagrado, que es una porquería, que blá blá blá, en fin, un montón de cosas que poco y nada tienen que ver con el asunto de fondo, y es que, al menos en Chile, cuya idea de patria y nación es más bien tardía y construida sobre la conveniencia política (vayan al Museo Histórico Nacional. En él está muy bien descrito el proceso, de manera objetiva, alejado del idealismo impositivo de la Derecha y del resentimiento innegable de la Izquierda). Aquí no hay traición a la patria o, al menos, no hay una intención de realizar una traición. Además, en un plano muy concreto, ¿qué peso puede tener la acción del sector pesquero artesanal al lado de, por ejemplo, una acción del Ejército, la Cámara de Diputados, o grandes empresarios? Pueden quemarse neumáticos, desatar una lluvia de piedras y paralizar el tránsito, pero no tendrá un efecto que marque el devenir de Chile. Lamentablemente.

“(…) hemos podido conocer todo el esfuerzo que realiza el pueblo boliviano para tener un pedazo de mar, mientras que las autoridades chilenas jamás se han preocupado de tener verdaderas políticas de sustentación y han permitido que la industria, y las siete familias, se lleven todo. Esto es una gran injusticia y por esta razón hemos instalado las banderas”.  — Manuel Pérez, presidente de la Caleta Portales.

Ah, el tema de las familias y el «pueblo» boliviano.

Efectivamente, la idea de sustentabilidad y la aplicación de medidas que persiguen este concepto son tardías, y no sólo en Chile: la preocupación por el medio ambiente y los recursos surgió cuando ya el capitalismo era un hecho y la revolución industrial se había consolidado. Seamos sinceros: el mar de Chile está sometido a derechos de uso. Eso significa que el mar, como es considerado por el Estado como un recurso público, es “de todos los chilenos” pero administrado por el Estado, es decir, unos pocos administran un recurso que se supone que es de todos. Como el Estado es una institución conformada por seres humanos y los seres humanos pueden fallar y verse sometidos a presiones y tentaciones, puede ocurrir que ciertos sectores ejerzan presión sobre el Estado para obtener beneficios, lo que no significa, les guste o no a algunos, que el mar le pertenece “a las siete familias”, puesto que si los derechos de uso fueran sinónimo de propiedad, el mar no sólo le pertenecería a las siete familias sino que también a los pescadores artesanales. El mar no es de todos ni de las siete familias: el mar es del Estado, quien – al poseer el monopolio de la violencia – se toma la atribución de decidir, en nombre del bien común, qué se debe hacer con los recursos públicos. («¿Aprenderás esto tú?» — dijo Baloo el oso a Mogwli, el cachorro humano.)

Entonces, si consideramos que lo que hace el Estado de Chile con el mar lo hace en representación de unos pocos (gente cercana a esta estructura, gente que vela por sus propios intereses), es decir, no es el pueblo chileno, ¿por qué las demandas bolivianas –o sea, del gobierno boliviano– sí son el esfuerzo del «pueblo» boliviano? ¿Cómo se justifica que en un lado la democracia sí sea verdadera y en el otro una porquería? Probablemente, el asunto del mar sí pueda ser del interés de unos cuantos. ¿Pero de todos? ¿Hasta qué punto no es un discurso instalado en las mentes de las masas, tal como a la Izquierda le encanta mencionar frente a ideas como «patria» o «nación»?

¿Levantar banderas de un país que manipula a su propia gente para desviar la atención de sus problemas internos, y para la consecución de los propios intereses de las oligarquías locales?

Pero no olvidemos el tema tema medular: la preocupación del sector pesquero artesanal respecto de la sobreexplotación… que es algo que debe transcender al reclamo aburguesado y cibernético de los guerreros de la justicia social de la zona central, que son los mismos que no viven junto al mar, pero se sienten con el derecho de hablar de él como que fuera un bien transable, obsequiable, desechable y renunciable, los mismos que, cuando La Haya falló en favor de Perú, decían que no importaba porque, como el mar era de las siete familias, daba igual perder soberanía, y que esta soberanía jamás era percibida por el pueblo. Pónganse de acuerdo.

Ahora, dejando la pregunta abierta, ¿realmente alguien piensa que Bolivia haría un manejo del mar mejor y más sostenible que el mal manejo que podría darle Chile?

A quien crea que esto es posible, le dejo un par de regalos:

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Si alguien cree que tiene una visión más alta que «meros asuntos» de fronteras políticas y que le importa un comino la soberanía del mar, piense entonces en la protección de los recursos naturales. Hágalo por lo peces.

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